Galería

Sutatausa

Caminar Sutatausa es escuchar el diálogo entre dos mundos que aún no termina.
Desde aquí, el paisaje recuerda que la montaña también fue templo.
Entre líneas y colores, se esconde la resistencia: huellas de un arte que nunca se borró del todo.
Imponente, representaba el cielo europeo, distinto al sol y la luna que guiaban a los muiscas.
Un espacio de control y silencio, donde la fe se cruzaba con la obediencia.
Aquí comenzaron nuevos nombres y nuevas identidades. La piedra aún conserva la huella del agua.
Fueron pintados hace más de 400 años, principalmente entre los siglos XVI y XVII. No se trataba solo de arte, sino de catequesis visual. La imagen enseñaba donde la palabra no bastaba. La pintura tenía el poder de evangelizar
En Sutatausa, los muros y el viento guardan memorias de un pasado que aún respira.
Caminar Sutatausa es escuchar el diálogo entre dos mundos que aún no termina.
Desde aquí, el paisaje recuerda que la montaña también fue templo.
Entre líneas y colores, se esconde la resistencia: huellas de un arte que nunca se borró del todo.
Imponente, representaba el cielo europeo, distinto al sol y la luna que guiaban a los muiscas.
Un espacio de control y silencio, donde la fe se cruzaba con la obediencia.
Aquí comenzaron nuevos nombres y nuevas identidades. La piedra aún conserva la huella del agua.
Fueron pintados hace más de 400 años, principalmente entre los siglos XVI y XVII. No se trataba solo de arte, sino de catequesis visual. La imagen enseñaba donde la palabra no bastaba. La pintura tenía el poder de evangelizar
En Sutatausa, los muros y el viento guardan memorias de un pasado que aún respira.

Katmandú

Katmandú no ha vuelto a ser lo que era. Pero tampoco quiere serlo. Porque entre sus ruinas se levanta una fuerza tranquila que no se puede explicar, solo sentir.
Y están los rostros. Especialmente los de los mayores. Hombres y mujeres cuyas miradas no esquivan la cámara, pero tampoco la buscan. Están presentes, sí, pero en otro plano. No hay prisa. No hay ansiedad. Solo un habitar el momento, con una serenidad que desarma.
La reconstrucción no es solo física. Es espiritual. La fe en Shiva, Vishnu, Buda, y en decenas de otras deidades tutelares, ofrece a la gente un lugar interior de calma.
La religión, visible en cada gesto y especialmente en la presencia imponente de los sadhus, con sus cuerpos cubiertos de ceniza, túnicas color azafrán y rostros pintados como altares vivientes.
Los colores resaltan, no a pesar del polvo, sino gracias a él. Porque el polvo aquí no ensucia: revela.
Entre el polvo que lo cubre todo, la vida continúa. Las telas de los monjes budistas y las mujeres hindúes parecen inmunes a la destrucción: ondean con una intensidad casi sagrada, como si llevaran consigo una memoria intacta.
Nepal, profundamente arraigado en una espiritualidad milenaria, eligió seguir
Las plazas de Durbar Square en Katmandú, Patan y Bhaktapur se convierten en escenarios donde conviven la ruina y la fe.
Katmandú no ha vuelto a ser lo que era. Pero tampoco quiere serlo. Porque entre sus ruinas se levanta una fuerza tranquila que no se puede explicar, solo sentir.
Y están los rostros. Especialmente los de los mayores. Hombres y mujeres cuyas miradas no esquivan la cámara, pero tampoco la buscan. Están presentes, sí, pero en otro plano. No hay prisa. No hay ansiedad. Solo un habitar el momento, con una serenidad que desarma.
La reconstrucción no es solo física. Es espiritual. La fe en Shiva, Vishnu, Buda, y en decenas de otras deidades tutelares, ofrece a la gente un lugar interior de calma.
La religión, visible en cada gesto y especialmente en la presencia imponente de los sadhus, con sus cuerpos cubiertos de ceniza, túnicas color azafrán y rostros pintados como altares vivientes.
Los colores resaltan, no a pesar del polvo, sino gracias a él. Porque el polvo aquí no ensucia: revela.
Entre el polvo que lo cubre todo, la vida continúa. Las telas de los monjes budistas y las mujeres hindúes parecen inmunes a la destrucción: ondean con una intensidad casi sagrada, como si llevaran consigo una memoria intacta.
Nepal, profundamente arraigado en una espiritualidad milenaria, eligió seguir
Las plazas de Durbar Square en Katmandú, Patan y Bhaktapur se convierten en escenarios donde conviven la ruina y la fe.