Categoría: Sutatausa

  • Sutatausa: memorias murales en el altiplano. Un viaje a los centros doctrineros de la Nueva Granada

    Sutatausa: memorias murales en el altiplano. Un viaje a los centros doctrineros de la Nueva Granada

    En el corazón del altiplano cundiboyacense, a poco más de dos horas de Bogotá, se levanta el pequeño municipio de Sutatausa, un nombre que aún guarda resonancias muiscas y ecos coloniales. Aunque hoy parece un pueblo detenido en el tiempo, su iglesia principal y su conjunto doctrinero contienen uno de los tesoros patrimoniales más importantes —y a la vez menos difundidos— de la historia religiosa, artística y cultural de Colombia.

    Este artículo es el resultado de una investigación de campo, archivo y reflexión personal, realizada como proyecto final del máster, que busca redescubrir el legado visual, arquitectónico y espiritual de los centros doctrineros. Sutatausa no solo representa un caso de estudio excepcional por el estado de conservación de sus murales, sino también por la manera en que sus muros, su paisaje y su historia aún interpelan al visitante contemporáneo.

    En tiempos donde el turismo tiende a lo inmediato, esta exploración propone otra forma de viajar: un viaje hacia el pasado, hacia lo simbólico, hacia la mezcla de mundos que dio origen a lo que hoy somos.

    1. El altiplano y el origen del adoctrinamiento

    La llegada de los evangelizadores a la altiplanicie andina implicó mucho más que la construcción de templos. Implicó el diseño de una estrategia sistemática de colonización espiritual y cultural, mediante los llamados centros doctrineros: núcleos eclesiásticos desde donde se administraba la fe, se enseñaban las nuevas creencias y se articulaban dinámicas de poder.

    En un territorio geográficamente agreste, flanqueado por farallones, quebradas, y nieblas heladas, estos asentamientos religiosos fueron también hazañas logísticas y arquitectónicas. Sutatausa —cuya etimología probable se relaciona con “campamento del Suta” o “campo de comercio” en lengua muisca— se convirtió desde el siglo XVII en uno de los principales puntos de contacto entre la evangelización católica y las culturas originarias de la región.


    2. Materia sagrada: construir con tierra, fe y paciencia

    ¿Cómo llegaron los materiales hasta aquí? ¿Cuánto tiempo tomó levantar muros de piedra y cal en medio del clima frío y el aislamiento geográfico? ¿Quiénes lo hicieron?

    La respuesta está en la convergencia de saberes: los frailes trajeron planos, dogmas y métodos constructivos europeos, pero fueron manos indígenas —expertas en técnicas de tapia pisada, carpintería sin clavos y orientación solar— quienes ejecutaron y reinterpretaron esos modelos. En este proceso no hubo solo imposición: hubo también aprendizaje mutuo y adaptación cultural.

    El tiempo de construcción no respondía al apuro moderno. Se avanzaba con lentitud, pero con intención. Cada piedra, cada viga, cada mural, era parte de un acto de fe. Y también de un nuevo orden social.

    3. El mapa invisible: otros centros doctrineros del altiplano

    Sutatausa no fue único. De acuerdo con fuentes como el ICANH y estudios de patrimonio religioso, en el altiplano existieron más de 70 centros doctrineros entre los siglos XVI y XVIII. Algunos ya desaparecidos, otros aún activos. Zipaquirá, Ubaté, Cucunubá, Nemocón, Suesca… todos fueron parte de una red diseñada para controlar espiritualmente a las comunidades indígenas y mestizas.

    Sin embargo, lo que distingue a Sutatausa es la preservación casi íntegra del conjunto doctrinero: iglesia, plaza, capillas posas, cementerio, casa cural y programa mural. El nombre del pueblo se ha mantenido, al igual que muchos elementos del trazado original. Pocos sitios en Colombia permiten hoy una lectura tan clara del proyecto evangelizador en su escala simbólica, arquitectónica y territorial.

    4. El mural como catequesis: pintura que enseña

    En una época donde gran parte de la población no sabía leer ni escribir, la pintura mural cumplía un papel esencial: transmitir el dogma, modelar comportamientos, infundir temor y fe.

    En la iglesia de Sutatausa se conserva un ciclo iconográfico único: escenas bíblicas, figuras de santos, representaciones del infierno y la gloria, símbolos cristianos insertados en paisajes andinos. Todo pintado con un lenguaje visual comprensible, directo, casi teatral.

    Los murales funcionaban como libros abiertos en las paredes. Enseñaban lo que estaba bien y lo que estaba mal. Eran parte del ritual. Pintar no era decoración: era doctrina.

    5. Técnicas del alma: temple al seco y pigmentos naturales

    Lejos del fresco italiano, los muros de Sutatausa fueron pintados con temple al seco: una técnica que consiste en aplicar pigmentos diluidos en agua y aglutinantes orgánicos sobre una pared previamente seca, usualmente cubierta con varias capas de cal.

    Los colores eran locales:

    • Rojo de hematita.
    • Negro de carbón.
    • Ocre de tierras arcillosas.
    • Verde de óxidos de cobre.
    • Azul, escaso, de añil vegetal.

    Estos pigmentos eran frágiles, pero intensos. Cada trazo requería cuidado extremo. Los artistas —anónimos en su mayoría— mezclaban precisión técnica con devoción. No firmaban sus obras. Pintaban para Dios… y para el poder.

    6. Una fusión en los muros

    Al observar con detalle los murales de Sutatausa, es evidente que no se trata de una reproducción exacta de modelos europeos. Hay algo más. Una mezcla. Un lenguaje nuevo. Una hibridez visual.

    Algunos personajes tienen rasgos indígenas. Algunas flores son locales. Algunas proporciones revelan un gesto libre, no académico. En la arquitectura también se percibe esa adaptación: las formas son europeas, pero su ejecución responde a saberes andinos.

    Lo que emerge aquí no es sumisión, sino creación intercultural. No es simple imposición, sino negociación estética. Una síntesis compleja y silenciosa que hoy seguimos descubriendo.

    7. Restaurar para no olvidar

    Durante siglos, muchos de estos murales fueron encalados. Olvidados. Cubiertos por reformas litúrgicas o por ignorancia. En Sutatausa, la restauración comenzó a finales de los años 90, cuando un equipo liderado por Rodrigo Bernal identificó zonas de color bajo capas de pintura blanca.

    El trabajo fue minucioso: con bisturíes, pinceles finos, reactivos suaves… los restauradores fueron sacando a la luz lo que el tiempo había enterrado. No se repintó nada. Solo se reveló lo que aún sobrevivía.

    Gracias a estos esfuerzos, hoy Sutatausa vuelve a hablar. Con colores gastados, con contornos temblorosos, con la voz suave de lo que ha resistido.

    8. Turismo con alma: una nueva forma de visitar

    Sutatausa no es un destino turístico masivo. Y quizás eso lo convierte en un lugar ideal para el turismo contemplativo, patrimonial y espiritual. Caminar por su plaza, visitar su iglesia, ascender a los farallones… es entrar en un tiempo distinto.

    Las experiencias disponibles —visitas guiadas, senderismo, talleres de memoria, encuentros con custodios locales— permiten al visitante conectar con el lugar de forma íntima. Sutatausa ofrece una experiencia emocional y simbólica, no solo informativa.

    Y eso es turismo con sentido.

    9. Una red silenciosa de lugares sagrados en el mundo

    Lo que Sutatausa representa no es un caso aislado. En todo el mundo existen sitios similares: templos remotos, iglesias rupestres, monasterios rurales, capillas olvidadas. Todos comparten una condición: contienen memorias invisibles a los ojos del turismo convencional.

    Este artículo, en diálogo con el proyecto Vía Sacra, propone comenzar a tejer esa red mundial de lugares donde lo sagrado aún susurra. No se trata de mapear iglesias por cantidad, sino por intensidad simbólica. Por capacidad de transformación. Por el tipo de preguntas que despiertan.

    10. Legado y mirada

    Este trabajo no es solo una investigación sobre arte colonial. Es también una ofrenda narrativa. Un intento por restituir valor a un lugar que ha sido silencioso, pero no ausente. Que ha resistido sin exigir ser visto. Que nos recuerda que el patrimonio no es solo piedra: es símbolo, experiencia, memoria.

    Sutatausa seguirá allí. Con su frío, su cal, su pintura frágil. Esperando a nuevos viajeros. A nuevas preguntas. A otras formas de mirar.

    Y quizás —cuando un visitante se detenga frente a un rostro desdibujado en el muro— sentirá, como yo sentí, que no es solo el pasado lo que estamos mirando. Es a nosotros mismos.

    Referencias

    • Carreira, A. (2023). Pintura mural doctrinera: estudio visual desde la UTadeo.
    • ICANH (2001). Inventario del patrimonio religioso colonial de Cundinamarca.
    • Cristancho, B. (2008). Arquitecturas de la diversidad religiosa.
    • Ministerio de Cultura de Colombia (2021). Guía para la conservación del patrimonio cultural religioso.