Autor: emiliozapatadg@gmail.com

  • Capítulo 10 Lo que permanece: el legado de Sutatausa y el valor de mirar distinto

    Capítulo 10 Lo que permanece: el legado de Sutatausa y el valor de mirar distinto

    Este viaje comenzó con una pregunta:

    ¿Qué historias sobreviven en los muros silenciosos de una iglesia olvidada?

    Y termina con otra:

    ¿Qué hacemos hoy con esas historias que han logrado permanecer?

    Sutatausa no es solo un sitio colonial bien conservado. No es solo una iglesia pintada. Es un legado vivo. Un fragmento de memoria colectiva que atraviesa los siglos para recordarnos que la belleza, el símbolo y lo sagrado aún nos pertenecen… si sabemos mirar.

    La historia que ya no se enseña

    En muchas escuelas no se habla de los centros doctrineros. Pocos saben qué eran, cuántos existieron, por qué fueron importantes. Menos aún conocen la historia de lugares como Sutatausa, ni que sus murales son uno de los programas iconográficos más completos del altiplano cundiboyacense.

    Este olvido no es casual. Ha habido silencio, indiferencia, incluso vergüenza frente al pasado colonial. Pero al caminar por estos sitios, al detenernos frente a un trazo desgastado, al leer el nombre de un indígena grabado junto a un salmo… entendemos que este pasado también es nuestro. Y merece cuidado, no desde la culpa, sino desde la conciencia.

    Un trabajo, una ofrenda

    Este proyecto final de maestría no es solo una investigación. Es también una ofrenda: al lugar, a quienes lo habitaron, a quienes lo pintaron, a quienes hoy lo cuidan. Pero también a quienes aún no lo conocen, a quienes se preguntan si en Colombia hay algo más allá del turismo convencional, a quienes buscan viajes con sentido.

    Escribir sobre Sutatausa fue recorrerlo con otros ojos. Mirar su arquitectura, sus frescos, su plaza, sus farallones… pero también sentir el viento frío que acaricia sus piedras, el silencio que aún protege su voz antigua, el tiempo detenido que no se ha ido, sino que espera ser redescubierto.

    Lo que se hereda… no siempre se ve

    El verdadero legado de Sutatausa no está solo en sus murales. Está en lo que esos murales nos enseñan:

    • Que lo sagrado no necesita perfección para conmover.
    • Que lo pequeño también contiene grandeza.
    • Que el arte, cuando nace del cruce de mundos, guarda una potencia única.
    • Que hay historia en los márgenes, no solo en los centros.
    • Que el pasado no es algo que pasó, sino algo que se activa cada vez que alguien lo escucha con atención.

    Una invitación

    Este trabajo, que hoy se publica en el blog de Vía Sacra y vivirá también en historias destacadas, no quiere cerrarse como un informe. Quiere abrirse como camino. Invitar a más personas a recorrer Sutatausa. A buscar otros pueblos. A mirar con profundidad. A volver al símbolo. A recordar que los lugares sagrados no están solo en libros o viajes lejanos: están aquí, a dos horas de casa, bajo una capa de cal que aún respira.

    Preguntas que no se apagan

    • ¿Qué otros centros doctrineros están esperando ser documentados, narrados, restaurados?
    • ¿Qué pasaría si viajáramos más para descubrir… y menos para consumir?
    • ¿Qué rol tienen el arte, la historia y la contemplación en el turismo del futuro?
    • ¿Y cómo puede Vía Sacra seguir siendo puente entre lugares, tiempos y sentidos?

    Epílogo: el muro sigue hablando

    Hoy, al terminar este trabajo, regreso mentalmente al atrio de Sutatausa. El viento sopla. La cal se descascara. La pintura resiste. Un rostro apenas visible me observa desde el muro. y pienso…

    En la mirada de los conquistadores, el cielo se alcanzaba al cruzar la puerta del templo: un recinto cerrado, donde la penumbra y la luz tamizada prometían un encuentro con lo sagrado. Para los muiscas, ese cielo no tenía muros; estaba en la vastedad del firmamento, en el sol que marcaba los ciclos, en la luna que guiaba las aguas y en las estrellas que custodiaban los mitos.

    En Sutatausa, ambos cielos se rozaron. Las bóvedas pintadas intentaron encerrar lo infinito, y los muros dieron cobijo a símbolos de una tierra que jamás se pensó limitada.

    Hoy, quien se detiene en este lugar siente que camina entre dos visiones: una que mira hacia dentro, buscando lo divino en un espacio contenido; y otra que mira hacia arriba, confiando en que lo eterno siempre estará abierto. Quizá la respuesta no esté en elegir un cielo, sino en aprender a habitar los dos.

  • Capítulo 9 Viajar hacia lo invisible: lugares sagrados que nos devuelven el tiempo

    Capítulo 9 Viajar hacia lo invisible: lugares sagrados que nos devuelven el tiempo

    Sutatausa no está solo.

    A lo largo del mundo, en laderas remotas, valles olvidados, cuevas altas o pueblos detenidos en el tiempo, existen sitios donde la historia no ha sido interrumpida por el ruido del turismo. Lugares donde el viajero no encuentra espectáculos ni luces, sino eco, piedra, viento, pigmento y preguntas.

    Estos lugares —como Sutatausa— no aparecen en todas las guías. No compiten en rankings. Pero tienen algo que los hace esenciales: nos invitan a viajar por el tiempo. Nos devuelven al origen. Nos recuerdan lo que el ritmo moderno ha querido enterrar.

    Un lenguaje común en muros distantes

    Cada cultura ha pintado su fe. En cada continente hay murales que hablaron cuando no se leía, que enseñaron cuando no se comprendía, que resistieron cuando todo se desmoronaba.

    • En las iglesias excavadas de Lalibela (Etiopía), las figuras sagradas aún miran desde paredes talladas en roca volcánica.
    • En las capillas trogloditas de Capadocia (Turquía), frescos bizantinos susurran desde cuevas abandonadas.
    • En los templos de la sierra de Oaxaca (México), los colores aún vibran bajo capas de cal y olvido.
    • En las iglesias de madera de Maramureș (Rumanía), el tiempo se ha detenido en altares rurales ocultos entre bosques.

    Y en todos estos lugares, como en Sutatausa, alguien pintó para ser recordado. Para que otro —tú, ahora— lo mirara siglos después y comprendiera que lo sagrado nunca desaparece del todo.


    ¿Qué tienen en común estos sitios?

    • No están en las grandes capitales.
    • No tienen multitudes.
    • No buscan impresionar.
    • Se visitan en silencio, se entienden con el cuerpo y se sienten en el alma.

    Son lugares invisibles a los mapas del turismo masivo, pero fundamentales en los mapas del espíritu. Quienes los recorren, regresan distintos. No por lo que aprendieron, sino por lo que recordaron de sí mismos.


    El arte como resistencia al olvido

    Cada pintura mural en una iglesia perdida, cada símbolo tallado en piedra, es una forma de resistencia. Resistencia al olvido, al tiempo, al olvido del alma. No fueron hechos para durar, y sin embargo duran. No fueron pensados como obras maestras, y sin embargo conmueven más que muchas galerías.

    Este capítulo es un homenaje a esa fragilidad que permanece. A esa belleza que no necesita restauración para ser poderosa. A esos artistas sin nombre, sin firma, que crearon lo que hoy nos llama desde lo oculto.


    Viajar sin moverse

    Hay quienes recorren miles de kilómetros buscando novedades. Y hay quienes descubren que lo más profundo no está en lo nuevo, sino en lo antiguo que aún late.

    Visitar Sutatausa —como visitar Lalibela, Capadocia o Yavi en Argentina— es practicar otra forma de viaje:

    Un viaje hacia lo interior.

    Un viaje hacia el silencio.

    Un viaje hacia lo sagrado.


    Vía Sacra: un camino entre estos mundos

    El proyecto Vía Sacra no es solo una bitácora de iglesias o rutas religiosas. Es una colección de lugares donde lo sagrado susurra y el camino transforma. Por eso, Sutatausa no es un caso aislado: es parte de una red espiritual, estética y geográfica que une territorios aparentemente distantes con un hilo invisible.

    ¿Y si comenzáramos a trazar ese mapa?

    ¿Y si cada uno de estos lugares fuera una estación de una gran vía sacra mundial?

    ¿Y si el próximo destino no se elige por popularidad, sino por profundidad?

    Preguntas que conectan continentes

    • ¿Cuántos lugares como Sutatausa siguen esperando ser vistos con nuevos ojos?
    • ¿Cómo hablar de lo sagrado sin exotizarlo, sin romantizarlo, solo mirándolo con respeto?
    • ¿Qué papel puede tener el viajero contemporáneo en la protección de estos espacios?

    Una nueva forma de turismo… o una forma muy antigua

    Quizás no estamos inventando nada. Quizás solo estamos recordando que el viaje más profundo es el que nos lleva a escuchar, a observar y a conmovernos en lo esencial. Eso fue lo que hicieron los peregrinos, los monjes, los sabios, los que caminaban sin prisa hacia los centros de sentido.

    Y tal vez —cuando recorremos lugares como Sutatausa— lo que estamos haciendo, sin saberlo, es volver a ser como ellos.

  • Capítulo 8 Un santuario entre montañas: el valor cultural y turístico de Sutatausa

    Capítulo 8 Un santuario entre montañas: el valor cultural y turístico de Sutatausa

    ¿Por qué seguimos yendo a estos lugares? ¿Qué nos mueve a caminar hasta una iglesia colonial, a detenernos frente a un muro que apenas conserva su pintura? ¿Qué buscamos —o reencontramos— cuando decidimos visitar Sutatausa?

    A dos horas de Bogotá, Sutatausa se presenta como un destino sereno, rodeado de farallones majestuosos y silencio. Pero este no es un silencio vacío: es un espacio cargado de memorias, símbolos y presencias que hacen de este pueblo un sitio turístico con alma.

    El atractivo de Sutatausa no es solo arquitectónico. Es emocional, espiritual, histórico. Su valor radica en lo que nos permite sentir: el peso del pasado, la belleza de lo que resiste y la oportunidad de ser testigos de una historia que aún late.

    Patrimonio cultural en medio de la montaña

    Sutatausa es uno de los mejores conservados conjuntos doctrineros del altiplano cundiboyacense. Su templo principal, las capillas posas, la plaza y el entorno natural conforman un espacio patrimonial único que ha sido objeto de estudio, restauración y reconocimiento.

    Es uno de los pocos lugares en Colombia donde aún puede verse un programa iconográfico mural doctrinero completo. Su arquitectura, sobria pero armónica, refleja la transición entre el estilo mudéjar colonial y las adaptaciones criollas al territorio andino.

    “Sutatausa posee un lenguaje visual, arquitectónico y simbólico que lo convierte en una joya patrimonial de altísima relevancia.”

    Una experiencia de múltiples capas

    Visitar Sutatausa hoy es una experiencia de varias dimensiones:

    • Espiritual: aunque la iglesia está en uso, también invita al recogimiento personal, al silencio y a la contemplación.
    • Histórica: caminar por sus muros es recorrer los caminos de la evangelización, del mestizaje, de las tensiones coloniales.
    • Natural: el paisaje que rodea al pueblo, con sus farallones imponentes y senderos de montaña, convierte la visita en un encuentro con lo sagrado de la tierra.
    • Cultural: festividades, mercados, procesiones y memoria viva hacen parte del calendario local.

    “El visitante de hoy encuentra en Sutatausa no solo un vestigio del pasado, sino una comunidad que aún dialoga con él.”

    Turismo contemplativo: una forma de mirar distinta

    Sutatausa no es un destino de masas. Y quizás ahí está su fuerza.

    Aquí no se viene a tomarse fotos rápidas. Se viene a mirar despacio, a escuchar el viento entre las piedras, a leer lo que el muro no dice en palabras. Es el lugar perfecto para quienes buscan un turismo más consciente, espiritual, narrativo.

    • Caminatas por los farallones.
    • Visitas guiadas con enfoque histórico y artístico.
    • Talleres de memoria local.
    • Encuentros con artistas y guardianes del patrimonio.

    Este tipo de experiencias permiten entender que turismo y espiritualidad no están reñidos: pueden coexistir cuando el visitante se convierte en testigo respetuoso, no en consumidor.

    Un pueblo que empieza a contarse

    Gracias a iniciativas locales, el valor de Sutatausa como destino cultural ha comenzado a crecer. Proyectos de turismo comunitario, circuitos patrimoniales y guías locales han empezado a mostrar al mundo que este no es un pueblo detenido en el tiempo, sino uno que está aprendiendo a habitar su historia con orgullo.

    Aún hay desafíos: más difusión, mejor señalización, estrategias sostenibles de conservación. Pero también hay una oportunidad única: construir una oferta turística que no sacrifique el alma del lugar.

    Para el viajero de hoy… y de siempre

    ¿Qué queda de una visita a Sutatausa?

    • Tal vez un nombre indígena que no conocías.
    • Una escena pintada que no se borra de la memoria.
    • Una conversación con un guía que sabe más de lo que los libros dicen.
    • Una sensación de que algo profundo ha sido tocado.

    Porque viajar a lugares como este no es solo trasladarse en el espacio. Es viajar también en el tiempo. Y en el espíritu.

    Preguntas que acompañan al visitante

    • ¿Cómo recorrer un lugar sin apropiarse de él, sino dejándose transformar?
    • ¿Qué huella deja en nosotros un sitio donde lo sagrado aún susurra desde los muros?
    • ¿Qué otros pueblos del altiplano guardan secretos similares, esperando ser redescubiertos?

    Turismo como acto de memoria

    Cuando caminas por Sutatausa, no estás solo recorriendo un pueblo. Estás atravesando una historia. Estás pisando una plaza donde caminaron caciques, frailes, feligreses, pintores, restauradores. Estás mirando muros que han visto siglos pasar.

    Y de alguna forma, estás también restaurando con tu mirada lo que el tiempo quiso silenciar.

  • Capítulo 7 Restaurar el silencio: cómo Sutatausa volvió a hablar

    Capítulo 7 Restaurar el silencio: cómo Sutatausa volvió a hablar

    ¿Cómo se rescata lo que ha sido cubierto por siglos? ¿Qué queda de un mural cuando sólo el eco de su color sobrevive? ¿Quién decide qué se restaura y qué se deja en su olvido?

    La restauración no es solo un acto técnico. Es un gesto de cuidado, de escucha, de paciencia. Requiere saber mirar más allá de lo evidente, detenerse frente al muro y preguntarse si todavía puede hablar. Y si lo hace, aprender a no interrumpir.

    El conjunto doctrinero de Sutatausa, tal como lo vemos hoy, no siempre fue visible. Por décadas —tal vez siglos— sus murales permanecieron ocultos, cubiertos por capas de cal, ignorados por quienes pasaban sin sospechar que bajo esa superficie blanca latía aún el corazón pictórico de la evangelización colonial.

    Este capítulo se adentra en ese proceso: el de redescubrir, restaurar y proteger.

    El hallazgo: lo que dormía bajo la cal

    Fue hacia finales de los años 90 cuando un grupo de restauradores, encabezado por Rodrigo Bernal, identificó indicios de pintura bajo los muros de la iglesia. Pequeñas zonas de color afloraban entre la cal descascarada. A primera vista, parecían manchas. Pero al analizarlas de cerca, se revelaban como trazos, contornos, figuras.

    “La iglesia había sido encalada varias veces. El encalado, aunque cubrió los murales, también los protegió de la humedad y el vandalismo. Fue un olvido providencial.”

    El proceso de recuperación fue meticuloso: no se trataba de rehacer, sino de descubrir sin dañar. Los restauradores utilizaron bisturís, pinceles finos, esponjas húmedas, y métodos de limpieza química suave para retirar las capas superiores sin tocar la original.

    Restaurar no es rehacer

    A diferencia de una pintura en lienzo, un mural no puede ser separado de su muro. Es parte del edificio. Restaurar un mural colonial implica, entonces, restaurar la pared, la humedad, la temperatura, la estructura. Es una tarea integral y lenta.

    En Sutatausa, se priorizó la conservación del original, sin intervenciones invasivas. No se añadieron figuras nuevas. No se “mejoraron” los rostros ni se repintaron escenas. Lo que se ve es lo que sobrevivió.

    murales de Cundinamarca, 2001]

    “Respetar la materia original es respetar también su tiempo. Las grietas, las manchas, el desgaste… también hacen parte de su mensaje.”

    📖 Fuente: [Instituto de Patrimonio Cultural – Informe sobre 

    Más que murales: un conjunto en riesgo

    La restauración no se limitó a los murales. El conjunto doctrinero de Sutatausa incluye:

    • La iglesia principal.
    • Las cuatro capillas posas.
    • El cementerio adyacente.
    • La casa cural.
    • El trazado urbano colonial de la plaza.

    Cada uno de estos elementos ha sido objeto de intervención o diagnóstico. Las capillas posas, por ejemplo, presentaban daños por humedad y erosión. Se consolidaron las bases, se restauraron los techos, y se reforzaron los muros con técnicas tradicionales.

    El cementerio, aún activo en la actualidad, también fue intervenido para preservar su valor histórico sin interferir en su uso cotidiano.

    Restaurar también es educar

    Uno de los grandes aportes de la restauración de Sutatausa ha sido la revaloración comunitaria. La gente del pueblo —en su mayoría sin saber el valor de lo que estaba oculto— empezó a ver su iglesia con otros ojos.

    Los talleres abiertos al público, las visitas guiadas y las investigaciones divulgadas permitieron que el conjunto dejara de ser “la iglesia del pueblo” para convertirse en patrimonio vivo. Un espacio del que todos son cuidadores.

    “La restauración activó una nueva memoria. La gente volvió a mirar, y al mirar, volvió a sentir que el lugar era valioso.”

    📖 Fuente: [Testimonio oral – Talleres de memoria en Sutatausa, Archivo ICANH 2002]

    El riesgo constante: el tiempo, la indiferencia

    Aunque se ha hecho un trabajo valioso, la restauración no es eterna. La humedad sigue siendo una amenaza. La falta de personal técnico constante dificulta el seguimiento. Y la atención estatal al patrimonio religioso es intermitente.

    Por eso, cada visita cuenta. Cada fotografía compartida. Cada texto —como este— que vuelve a poner el nombre de Sutatausa en circulación. Porque proteger el patrimonio no es solo responsabilidad de expertos. Es un acto colectivo.

    Restaurar el alma del muro

    Mirar un mural restaurado en Sutatausa es mirar también el esfuerzo invisible de quienes lo salvaron. Personas que entendieron que la historia no se recupera con prisa, sino con humildad. Que lo más sagrado no es lo que brilla, sino lo que sobrevive sin querer llamar la atención.

    ¿No es eso, acaso, lo que define lo sagrado?

    Preguntas que quedan en el aire

    • ¿Qué otras pinturas siguen ocultas en iglesias del altiplano?
    • ¿Qué pasa cuando no hay recursos para restaurar?
    • ¿Cómo hacer del cuidado patrimonial un proyecto cultural, espiritual y comunitario?

    El lugar sigue hablando

    Sutatausa no volvió a ser como antes. Fue transformado por quienes lo cuidaron. Por quienes lo miraron con otros ojos. Por quienes, al retirar la cal, entendieron que no se trata solo de rescatar murales, sino de devolverle la voz a un lugar que tiene algo urgente que decir.

    Y al caminar hoy por su nave silenciosa, no vemos el pasado. Lo escuchamos.

  • Capítulo 6 El eco de dos mundos: la fusión cultural en piedra, cal y silencio

    Capítulo 6 El eco de dos mundos: la fusión cultural en piedra, cal y silencio

    A veces, caminar por Sutatausa se parece más a imaginar que a observar. Los farallones vigilan desde lo alto. El viento frío cruza la plaza. Los muros de la iglesia, gastados pero firmes, hablan en voz baja. No es difícil cerrar los ojos y pensar en cómo fue todo al principio: los días en que dos mundos chocaban y, sin embargo, algo nuevo comenzaba a nacer.

    Este viaje no es solo físico. Es un viaje hacia un tiempo donde la piedra no era solo materia, sino símbolo; donde la pintura no era solo belleza, sino mensaje; y donde los templos eran también campos de encuentro —y de tensión— entre cosmovisiones distintas.

    Sutatausa, como otros conjuntos doctrineros del altiplano, fue construido para enseñar una nueva fe. Pero lo que quedó es mucho más que eso: una fusión cultural profundamente humana.

    Cuando dos lenguajes se cruzan

    Uno de los rasgos más evidentes del mestizaje cultural está en la iconografía de los murales. Las imágenes que adornan los muros de la iglesia no son simples copias de estampas europeas. Tienen detalles que delatan otra mirada, otras manos, otro sentir.

    • Algunos personajes tienen rostros mestizos o indígenas.
    • Hay árboles y flores locales en los fondos.
    • Las proporciones, aunque europeas en intención, revelan una ejecución libre.
    • Se insertan elementos simbólicos que no pertenecen al canon europeo, pero que sí dialogan con tradiciones visuales indígenas.

    Estos detalles no son errores. Son adaptaciones. Gestos de apropiación cultural. Una manera sutil de decir: “este mensaje también es nuestro, también lo entendemos desde lo que somos”.

    Arquitectura que habla dos lenguas

    La iglesia de San Juan Bautista, aunque trazada con un esquema europeo, también es testimonio de adaptación:

    • Fue levantada con materiales locales: piedra, cal, madera nativa.
    • Su forma refleja el modelo europeo, pero su ejecución está cargada de soluciones andinas: técnicas de construcción con tapia pisada, empates de madera sin clavos, estructuras antisísmicas basadas en experiencia prehispánica.
    • Las capillas posas, ubicadas en las esquinas de la plaza, son un híbrido entre espacio ceremonial cristiano y noción de los cuatro puntos cardinales, presentes en la cosmovisión muisca.

    “Los indígenas no fueron solo mano de obra. Fueron constructores, pintores, intérpretes del símbolo.”

    Un silencio lleno de sentido

    Hay algo conmovedor en recorrer hoy un templo doctrinero. No hay sonido. No hay misa. Solo aire, piedra, eco. Y sin embargo, algo se mueve.

    Porque el legado no está solo en los muros, sino en la mezcla que permanece. En esa forma particular que tiene Sutatausa de contener el conflicto sin estallar, de abrazar lo que fue sin juzgar. De mostrarnos que lo que somos hoy no proviene de un solo lado, sino del cruce, del encuentro, de la tensión.

    Este viaje… también es interior

    Es fácil caminar por la iglesia, tomar fotos, admirar la pintura. Pero lo esencial de este recorrido es lo invisible: la reconstrucción mental de una época. Imaginar el momento exacto en que un pintor indígena levantó su pincel para trazar el rostro de Cristo. O aquel en que un cacique firmó su nombre en un muro que serviría como escuela espiritual para su comunidad.

    Imaginar lo que no quedó. Lo que se borró. Lo que se escondió. Lo que tal vez nunca sabremos.

    Este viaje, más que una visita turística, es un acto de escucha profunda. Escuchar el viento que atraviesa la plaza. Escuchar las preguntas que plantea el arte sin necesidad de respuestas definitivas. Escuchar cómo la mezcla cultural no fue solo un proceso histórico, sino una creación viva que aún nos habita.

    Preguntas que abren el muro

    • ¿Qué puede enseñarnos hoy este diálogo silencioso entre culturas?
    • ¿De qué forma leemos los símbolos del pasado desde nuestros ojos contemporáneos?
    • ¿Es posible reconciliar la historia sin negarla?
    • ¿Qué parte de nosotros sigue siendo mezcla, sigue siendo muro, sigue siendo pigmento?

    Entre el pasado y lo que permanece

    Sutatausa no es un lugar de respuestas cerradas. Es un espacio de interrogación abierta. De contemplación. De memoria.

    Cada fragmento de mural, cada piedra de su atrio, cada nombre indígena escrito en cal… todo invita a volver atrás para mirar hacia adelante.

    Porque lo que aquí sucedió no solo explica lo que fuimos. También susurra lo que todavía podemos ser.

  • Capítulo 5 Frescos en tierra fría: técnica, materia y símbolo

    Capítulo 5 Frescos en tierra fría: técnica, materia y símbolo

    Frescos en tierra fría: técnica, materia y símbolo

    Por Nancy Pedraza

    ¿Qué queda de una pintura cuando el tiempo la cubre de cal? ¿Qué sustancias se mezclaban con los pigmentos que aún hoy resisten la humedad de la montaña? ¿Cómo se hacía un mural en una iglesia doctrinera en pleno siglo XVII? ¿Y por qué importa entender esa técnica hoy?

    Al caminar por la iglesia de San Juan Bautista en Sutatausa, los ojos se detienen en fragmentos de color que emergen del muro como si despertaran. No están intactos. Tampoco lo necesitan. Cada trazo sobreviviente es una huella de manos anónimas, de saberes cruzados, de una fe materializada a pincel y cal.

    Este capítulo es una inmersión en la técnica pictórica usada en estos muros: un arte que no era decorativo, sino estructural. Pintar era construir memoria. Y cada capa tenía su intención.

    ¿Frescos o temple al seco?

    Aunque en muchos lugares se habla de “frescos”, lo que encontramos en Sutatausa es pintura mural al temple sobre muro seco, no la técnica del buon fresco (donde se pinta sobre yeso aún húmedo).

    En la técnica que se usó aquí:

    • El muro se preparaba con varias capas de enlucido de cal.
    • Se dejaba secar completamente.
    • Luego, se aplicaban los pigmentos naturales mezclados con agua, aglutinantes orgánicos (como clara de huevo, baba de tuna o colas animales).
    • El color se fijaba por absorción superficial, lo que requería extrema precisión.

    Esta técnica fue traída por los frailes desde Europa, adaptada por artistas locales —algunos indígenas, otros criollos— que aportaron también saberes prehispánicos sobre el uso de tierras, vegetales y minerales como colorantes.

    El temple al seco permite mayor detalle en los trazos, pero es más frágil al paso del tiempo. Por eso, cada centímetro que sobrevive es valioso.”

    Pigmentos que nacen de la tierra

    Los colores de los murales no llegaron de ultramar. Salieron de la tierra, del carbón, de la sangre, de las plantas. Algunos de los pigmentos usados en Sutatausa fueron:

    • Rojo: hematita, cochinilla (extraída de insectos), óxidos de hierro.
    • Negro: carbón vegetal finamente molido.
    • Blanco: cal apagada.
    • Amarillo ocre: tierras arcillosas naturales.
    • Verde: malaquita o mezclas con cobre, muy raras por su costo.
    • Azul: muy escaso, a veces se obtenía de añil o se omitía por su alto precio.

    Los colores no eran sólo decorativos. Eran simbólicos: el rojo para la sangre de Cristo, el negro para el pecado, el blanco para la pureza, el ocre para la tierra. Al pintar, también se narraba con significados invisibles.

    “La pintura mural doctrinera era un acto espiritual tanto como técnico: requería tiempo, preparación y conocimiento profundo de los materiales.”

    Pintar con devoción… y bajo órdenes

    Los artistas no firmaban sus obras. Muchas veces ni siquiera eran considerados “artistas”. Eran pintores al servicio de la fe. En ocasiones eran frailes con formación artística; otras, indígenas convertidos que aprendían el oficio en talleres adjuntos a los conventos.

    El proceso era comunitario: un maestro dictaba el diseño (a menudo copiado de grabados europeos) y un equipo lo ejecutaba paso a paso. Se bocetaba primero con carbón o punteo, se delimitaban las figuras, se aplicaban capas de color, y finalmente se perfilaban contornos y detalles.

    “Se pintaba por partes, con escaleras de madera, con luz natural, con frío en los huesos. Pero también con convicción.”

    La fragilidad de un muro vivo

    Las pinturas murales al temple son altamente vulnerables: el agua, la humedad, los cambios de temperatura, el encalado y las reformas litúrgicas han sido sus mayores amenazas. En Sutatausa, muchas de las escenas fueron cubiertas durante los siglos XVIII y XIX, consideradas “anticuadas” o “innecesarias” tras los cambios postconciliares.

    No fue sino hasta finales del siglo XX que un equipo de restauradores comenzó a recuperar estas obras. Bajo capas de cal y polvo, las imágenes esperaban.

    El proceso de restauración fue lento: se usaron bisturíes, lupas, reactivos suaves, pinceles de pelo fino. Lo que hoy vemos en el muro no es una reconstrucción: es la verdad que quedó. Fragmentos originales que sobrevivieron al tiempo y a la costumbre de olvidar.

    Un oficio extinto… pero aún visible

    Hoy en día, casi nadie pinta muros con temple. Es una técnica olvidada, desplazada por materiales modernos. Pero en iglesias como la de Sutatausa, esa técnica sigue hablando. Sus huellas están ahí, aunque muchas veces no las veamos.

    El color envejecido, los contornos que se desdibujan, la textura rugosa del muro… todo eso forma parte del lenguaje de lo sagrado. No se trata de “volver” a esa técnica, sino de comprender su valor y cuidarla.

    Y hoy, ¿quién pinta la fe?

    ¿Seguimos pintando nuestra espiritualidad? ¿Con qué materiales construimos hoy nuestras creencias? ¿En qué muros —físicos o simbólicos— depositamos lo que nos transforma?

    Los frescos de Sutatausa, silenciosos pero persistentes, nos recuerdan que toda expresión de fe tiene materia, color, tiempo, intención. No son reliquias muertas: son fragmentos vivos de una historia que aún respira bajo la cal.

  • Capítulo 4 Imágenes para evangelizar: el programa iconográfico de Sutatausa

    Capítulo 4 Imágenes para evangelizar: el programa iconográfico de Sutatausa

    ¿Qué imágenes eligieron para enseñar una fe nueva? ¿Por qué pintar el sufrimiento en los muros de una iglesia? ¿Qué veían los indígenas cuando miraban esas escenas por primera vez? ¿Y qué podemos ver nosotros hoy en sus trazos desgastados?

    En tiempos donde muy pocos sabían leer, la imagen fue el lenguaje más poderoso. Los muros de las iglesias doctrineras no eran simples decorados. Eran libros abiertos. Escuelas visuales. Teatros de conversión.

    Sutatausa guarda uno de los ejemplos más excepcionales de este arte catequético en Colombia: un programa mural que sobrevive al paso del tiempo y nos permite asomarnos al corazón de la evangelización en el altiplano.

    Un muro, muchas enseñanzas

    Los murales de la iglesia de San Juan Bautista en Sutatausa fueron concebidos como una herramienta pedagógica. A través de ellos, los frailes buscaban explicar los dogmas del cristianismo —el pecado, la pasión, el juicio final, la redención— a comunidades indígenas que tenían otra visión espiritual del mundo.

    La pintura fue la palabra antes de la palabra.

    La disposición de las escenas sigue una lógica secuencial, pensada para llevar al espectador a través de los principales momentos de la Pasión de Cristo y su significado salvífico. La pared no era un espacio neutral: era un lienzo sagrado, cuidadosamente diseñado para producir un impacto espiritual y emocional.

    “Las imágenes permitían cumplir con el objetivo doctrinal: hacer comprensible el mensaje de la fe cristiana. Eran claves simbólicas, memorias visuales, portales hacia una nueva cosmovisión.”

    📖 Fuente: Ana María Carreira – Entrevista en Utadeo

    https://www.utadeo.edu.co/es/noticia/destacadas/home/1/ana-maria-carreira-tras-la-pintura-mural-de-las-capillas-doctrineras

    Escenas que sobreviven al tiempo

    En Sutatausa se conservan ocho escenas principales, distribuidas en el muro lateral izquierdo del templo. Todas están pintadas con la técnica del temple al seco sobre muro, utilizando pigmentos naturales mezclados con cal, sangre animal y aglutinantes vegetales.

    Las escenas identificadas incluyen:

    1. La Última Cena
    2. La Oración en el Huerto
    3. La Flagelación
    4. La Coronación de espinas
    5. Jesús con la cruz a cuestas (Viacrucis)
    6. La Crucifixión
    7. El Ecce Homo
    8. El Juicio Final

    Cada imagen está enmarcada y acompañada de detalles simbólicos: figuras con gestos intensos, paisajes, arquitectura imaginaria, sangre estilizada, expresiones dramáticas. Las figuras humanas están representadas con gran fuerza emocional, y muchas muestran rasgos mestizos o indígenas, lo que revela la participación de manos locales en la ejecución.

    “La pintura mural doctrinera de Sutatausa tiene un valor histórico invaluable, no sólo por su belleza, sino por su rareza. Es uno de los pocos programas iconográficos completos que se conservan en Cundinamarca.”

    📖 Fuente: Atrio – Revista de Historia del Arte (UPO)

    Influencias europeas, manos americanas

    Aunque las imágenes fueron inspiradas en grabados flamencos y alemanes (como los de los hermanos Wierix, Marten de Vos o Durero), su ejecución revela un proceso de adaptación local. No eran copias exactas. Eran reinterpretaciones hechas por pintores criollos o indígenas, entrenados en talleres de los frailes.

    La pintura no sólo instruía. También domesticaba y transformaba. Pero al mismo tiempo, los ejecutores también dejaban sus huellas personales. Algunas figuras muestran peinados indígenas, rasgos locales, gestos particulares.

    “Estos murales nos permiten ver un mestizaje visual: entre lo aprendido y lo creado, entre lo impuesto y lo resignificado.”

    📖 Fuente: Cristancho, B. (2008) – Arquitecturas de la diversidad religiosa

    https://es.scribd.com/document/485632709/LIBRO-ARQUITECTURAS-DE-LA-DIVERSIDAD-RELIGIOSA

    Un testamento de caciques

    Uno de los elementos más conmovedores del programa mural de Sutatausa es que está firmado por los principales indígenas del pueblo. Una inscripción en uno de los frescos recuerda a quienes autorizaron o financiaron la pintura:

    “Don Domingo, Don Lázaro, Don Juan Corula y Don Andrés: caciques que respaldaron la fe desde su rol político y comunitario.”

    No era una imposición ciega. También hubo agencia, decisión, incluso apropiación. El mural no fue sólo para los indígenas. Fue también hecho con ellos.

    ¿Qué vemos hoy?

    El paso del tiempo, la humedad, el encalado y las reformas litúrgicas posteriores hicieron que gran parte de las pinturas se perdieran u ocultaran durante siglos. Fue sólo en los años 90 que, gracias a un riguroso proceso de restauración, las imágenes salieron nuevamente a la luz.

    Hoy, visitarlas es un acto de contemplación. De escucha silenciosa. De interpretación. De mirar y dejarse mirar por esos rostros pintados hace 400 años. Rostros que aún nos interpelan.

    Preguntas abiertas al visitante

    • ¿Qué sintieron los primeros fieles al ver estas escenas?
    • ¿Cuál era el efecto emocional de estas imágenes en una comunidad que no conocía la cruz?
    • ¿Cuántos de nosotros, hoy, logramos detenernos realmente a mirar?

    Un museo sin vitrinas

    Sutatausa es hoy, más que un templo, un museo vivo. No hay letreros explicativos. No hay vitrinas. Sólo muros. Y en esos muros, historias contadas con pincel, con cal, con sangre, con fe.

    En Vía Sacra, recorrer este conjunto es abrir una puerta al pasado sin juzgarlo, pero tampoco olvidarlo. Es preguntarse no sólo qué representaban esas imágenes entonces, sino qué nos dicen ahora.

  • Capítulo 3 Sutatausa: un conjunto doctrinero entre muchos, pero distinto a todos

    Capítulo 3 Sutatausa: un conjunto doctrinero entre muchos, pero distinto a todos

    ¿Fue Sutatausa una excepción o una regla? ¿Cuántas capillas como esta se alzaron en los valles andinos de Colombia durante la Colonia? ¿Qué hace a este conjunto diferente, qué lo mantiene vivo hoy, más allá del tiempo y el olvido?

    Este capítulo busca entender a Sutatausa no como una isla, sino como parte de una red de conjuntos doctrineros que se multiplicaron por el altiplano cundiboyacense desde mediados del siglo XVI. Sin embargo, al compararlo con sus “iguales”, Sutatausa se revela como algo más: un testimonio íntegro de lo que fue, una rareza bien conservada, y un espejo de un proceso histórico que aún resuena.

    La gran red doctrinera del altiplano

    Durante la Colonia, alrededor de 125 capillas doctrineras fueron construidas en el altiplano cundiboyacense, especialmente entre los siglos XVI y XVIII. Este dato, verificado por estudios patrimoniales, revela la magnitud del proyecto evangelizador que se extendía desde Bogotá hasta Boyacá, cruzando montañas, valles y caminos reales.

    Estas capillas se establecían en lo que la legislación colonial llamaba “pueblos de doctrina”: comunidades indígenas reunidas para su catequesis sistemática bajo la tutela de frailes dominicos, franciscanos o agustinos. Algunas capillas eran modestas, hechas con tapia pisada y techo de palma; otras crecieron con el tiempo hasta convertirse en templos parroquiales de piedra y cal.

    Similitudes arquitectónicas y funcionales

    Pese a la diversidad territorial, los conjuntos doctrineros compartían ciertas características:

    • Una iglesia de una sola nave, con presbiterio elevado.
    • Plaza atrial amplia para misas colectivas al aire libre.
    • Capillas posas, situadas en las esquinas de la plaza, usadas en las procesiones del Corpus Christi.
    • Campanarios visibles para marcar la centralidad del poder espiritual.
    • Cementerio anexo, generalmente separado por un muro bajo.
    • Construcción con materiales locales: adobe, piedra, cal, madera de la región.

    Estos conjuntos no eran simplemente lugares de culto. Eran centros de poder simbólico y político. Desde allí se organizaban las festividades, los censos, la instrucción religiosa, y a menudo también el control social.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

    ¿Qué distingue a Sutatausa?

    Lo que hace único al conjunto doctrinero de Sutatausa es su estado de conservación, su integridad arquitectónica y la calidad de sus murales coloniales. Mientras que muchos templos de la época fueron modificados, destruidos o absorbidos por la expansión urbana, el de Sutatausa se mantuvo relativamente aislado, protegido por su geografía y por la lenta transformación del entorno.

    “El conjunto doctrinero de Sutatausa es uno de los más completos del país. Conserva su iglesia principal, sus capillas posas, y parte del trazado original del pueblo.”

    Los elementos más destacados son:

    • La iglesia de San Juan Bautista, construida en tapia y piedra, con techos de madera y frescos murales coloniales de gran valor.
    • Cuatro capillas posas originales, en las esquinas de la plaza. Esta distribución en cruz procesional es única en Cundinamarca.
    • Murales interiores, descubiertos en los años 90, que ilustran escenas de la Pasión de Cristo y el Juicio Final, pintados con temple sobre muro, con influencia flamenca.
    • Casa cural y cementerio, también preservados como parte del conjunto.

    Sutatausa: pequeño tributo

    Entre el pasado y el presente, el nombre lo dice todo: Sutatausa proviene del muysccubun y significa “pequeño tributo” (suta = pequeño; tausa = tributo). El término enlaza la memoria indígena con la traza colonial: en los registros tempranos aparece el poblado de Suta, y muy cerca, Tausa —“tributo en la cumbre”— conserva la misma raíz lingüística. Hoy el municipio mantiene ese nombre, y con él, la huella de una historia que sigue activa en sus muros y en su plaza.

    Un punto de referencia vivo

    A diferencia de otros centros doctrineros que han caído en el olvido, Sutatausa conserva su templo principal, parte de su traza original y, sobre todo, sus murales coloniales. Estos elementos lo convierten en un punto de referencia para historiadores, restauradores y viajeros espirituales.

    Visitarlo es, en cierto modo, recorrer toda la red doctrinera del altiplano condensada en un solo lugar.

    Un lugar, muchas capas

    Sutatausa es hoy uno de los pocos lugares donde se pueden leer varias capas del pasado en un solo espacio:

    • El trazo urbano de la colonización.
    • La arquitectura religiosa doctrinera.
    • El arte mural como catequesis visual.
    • El lenguaje indígena preservado en el topónimo.
    • El uso contemporáneo del espacio: turístico, patrimonial, cultural.

    Cada piedra, cada arco, cada pintura no está solo allí por su belleza. Está allí porque sobrevivió. Porque quienes lo construyeron —frailes, indígenas, alarifes— dejaron más que muros. Dejaron un lenguaje.

    ¿Por qué Sutatausa sigue en pie?

    Quizá porque fue olvidado el tiempo suficiente para no ser destruido. Quizá porque su viento frío mantuvo alejados los cambios acelerados de las ciudades. O quizá, simplemente, porque necesitábamos que quedara un lugar así: un espejo intacto para poder entender lo que fuimos.

    El conjunto doctrinero de Sutatausa no es solo un punto en el mapa. Es un punto de inflexión en la historia del altiplano. Y al visitarlo, al escucharlo con atención, uno siente que aún tiene cosas por decir

  • Capítulo 2 Manos que construyen: el nacimiento de las capillas doctrineras

    Capítulo 2 Manos que construyen: el nacimiento de las capillas doctrineras

    ¿Cómo se alza una iglesia en medio de una tierra fría, agreste, con caminos de herradura y piedras que parecen brotar del suelo? ¿Quién marcó la primera línea sobre el terreno y cómo se midió el espacio sagrado en una tierra que ya tenía sus propios centros ceremoniales? ¿Cómo se entendió la palabra “templo” en lenguas que no conocían la cruz?

    No hay planos originales, no hay actas con cronogramas detallados. Pero sí hay muros. Y esos muros cuentan. A través de la cal que los cubre, de la madera tallada, de los pigmentos aún visibles, podemos reconstruir —en parte— cómo fue aquel momento en el que españoles e indígenas se encontraron para levantar las primeras capillas doctrineras del altiplano.

    La arquitectura como herramienta evangelizadora

    La construcción de capillas doctrineras fue una estrategia de conquista espiritual. En cumplimiento de las Leyes de Indias, la Corona española ordenó que en cada “pueblo de indios” existiera una iglesia construida en el centro. Estos templos eran más pequeños que las grandes catedrales urbanas, pero igual de simbólicos: eran el punto de partida de un nuevo orden.

    Como explican investigadores de la Pontificia Universidad Javeriana en su análisis sobre capillas doctrineras en el altiplano:

    “La edificación de los templos doctrineros implicó no solo un proyecto religioso, sino una reorganización del territorio indígena alrededor del culto cristiano.”  

      

    ¿Cómo llegaron los materiales?

    Sutatausa no tenía canteras de mármol ni acceso inmediato a materiales industriales. Los templos se construyeron con lo que había: piedra, barro, cal, madera andina, arena. La cal se elaboraba a partir de piedra caliza extraída en la región, cocida en hornos artesanales. La madera se traía de los bosques cercanos, como el encenillo o el roble.

    Los materiales se transportaban en mulas o a lomo de hombre, por caminos angostos, tal como se describe en estudios sobre el conjunto doctrinero:

    “Todo el conjunto fue construido con materiales del lugar: adobe, tapia pisada, piedra, cal. Se cree que la mayor parte de la mano de obra fue indígena, entrenada por alarifes españoles.”

    El tiempo era otro

    En la actualidad, una obra civil se mide en semanas. Pero en el siglo XVI, el tiempo era otro. Una capilla podía tardar diez o quince años en levantarse. No importaba. Lo esencial era que existiera.

    “Los templos doctrineros no eran obras efímeras. Se construían con paciencia, con intención, y con sentido de permanencia. No eran proyectos individuales, sino comunitarios.”

    Aprendizaje mutuo

    Indígenas principales y trabajadores comunitarios aprendieron a construir usando herramientas y esquemas europeos. Los españoles, por su parte, se adaptaron a técnicas ancestrales de manejo del barro y de la montaña. Fue una colaboración desigual, sí, pero no por ello menos interesante en términos culturales.

    En palabras de la investigadora Ana María Carreira:

    “En los primeros momentos, estas capillas doctrineras se pintaban con imágenes que respondían a narrativas usadas justamente para evangelizar: diferentes escenas y momentos redactados en la Biblia. Pero cuando llegaba más dinero al pueblo, se hacían retablos de madera que cubrían los murales, entonces generalmente esas pinturas desaparecían, ya sea bajo otras capas de pintura o porque el retablo de madera se superponía al muro”

    “Las obras doctrineras fueron ejecutadas por mano indígena local. Hubo transferencia técnica y también adaptación simbólica. Los indígenas leyeron esos espacios desde sus propios códigos.”

    Las medidas del espíritu

    Estas iglesias solían tener una sola nave, espacio rectangular, presbiterio elevado y capillas posas para procesiones. No eran solo centros de misa, sino de aprendizaje religioso. Y también de control.

    El diseño era europeo, pero la ejecución, andina. El espacio era leído desde dos lenguajes: el de la fe impuesta y el de la memoria ancestral.

    Más que sumisión: transformación

    Es fácil caer en la narrativa de la imposición. Pero lo que quedó fue más complejo. La arquitectura doctrinera no borró por completo lo anterior: convivió, dialogó, se mezcló.

    Los frescos de Sutatausa, por ejemplo, muestran adaptaciones locales: rostros mestizos, figuras indígenas, técnicas autóctonas con pigmentos naturales como la cochinilla o el carbón vegetal.

    “Los indígenas no eran solo mano de obra. Aportaron saber, adaptaron técnicas y resignificaron espacios.”

    Lo que nos dejaron

    Hoy, mirar los muros doctrineros es ver más que piedra. Es reconocer un pasado lleno de contradicciones, sí, pero también de creatividad, ingenio, paciencia y resistencia. No desde la victimización. Sino desde la lectura crítica de lo que fuimos capaces de construir.

    Y ahora, siglos después, quizás sea nuestro turno de levantar nuevos templos. No físicos, sino simbólicos: espacios para comprender lo que fuimos y lo que aún podemos ser.

  • Capítulo 1 Sutatausa: en el eco helado del altiplano, el susurro de un pasado doctrinero

    Capítulo 1 Sutatausa: en el eco helado del altiplano, el susurro de un pasado doctrinero

    Capítulo 1

    Sutatausa: en el eco helado del altiplano, el susurro de un pasado doctrinero

    ¿Qué puede revelarnos un lugar cuando el viento corta la piel como si trajera consigo siglos de historia? ¿Qué secretos guarda un paisaje montañoso donde hoy reina el silencio, pero que alguna vez estuvo lleno de rezos, cánticos y sometimiento? ¿Cómo se establecieron aquí, entre farallones y niebla, los primeros centros doctrineros de la Colonia? ¿Qué puede aprender Colombia —y yo como viajera— al caminar esas piedras frías que fueron testigo del choque entre dos mundos?

    Estoy en Sutatausa, a 88 kilómetros al norte de Bogotá, en el corazón del altiplano cundiboyacense. Un territorio que, antes de ser bautizado con nombres cristianos, ya era sagrado para los muiscas. Tierra de rituales, de tejidos, de sal y de estrellas. Aquí, donde hoy se elevan iglesias coloniales y cruces centenarias, alguna vez florecieron pueblos indígenas con sistemas políticos complejos, caminos trazados por el sol y la luna, y una cosmovisión profundamente enraizada en el equilibrio con la naturaleza.

    El paisaje que recibe al viajero

    Sutatausa se alza a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar, custodiado por un imponente sistema de montañas y farallones que parecen esculpidos por una mano divina. Las formaciones rocosas que dominan el horizonte no son solo decorado natural: son portadoras de leyendas, rutas de peregrinaje ancestral y, en tiempos coloniales, miradores naturales para el control territorial.

    El clima es frío y seco, con ráfagas de viento que bajan de las cumbres como cuchillas heladas. En el silencio de la mañana, cuando aún la niebla cubre las tejas rojas del pueblo, uno puede imaginar el sonido de campanas convocando a misa, o los rezos en latín rebotando en las paredes de adobe de las capillas. ¿Cómo resistieron los frailes, los constructores, los indígenas, el peso de ese clima mientras levantaban muros y pintaban frescos? ¿Qué sintieron los muiscas al ver transformadas sus tierras en escenarios de adoctrinamiento?

    Un asentamiento improbable

    La fundación de Sutatausa, atribuida a Hernán Pérez de Quesada en 1537, puede parecer una paradoja geográfica. Aislado entre montañas, con temperaturas que descienden a 4 °C durante la noche, el sitio no era el más amable para levantar poblados. Y, sin embargo, la estrategia de la Corona española no era simplemente climática o económica: era espiritual y política.

    Aquí se establecieron poblados de indios reducidos —parte del sistema de encomienda— que facilitaban el trabajo forzado, la vigilancia constante y, sobre todo, la evangelización masiva. La ubicación estratégica en la planicie elevada permitía agrupar comunidades indígenas dispersas y someterlas a la autoridad de la Iglesia y la Corona.

    ¿Fue casual que se eligieran estas montañas? ¿O fue parte de una política sistemática de control simbólico, donde lo alto y lo visible debían ser ocupados por cruces? En el centro del pueblo, aún se levanta la iglesia de San Juan Bautista, imponente, solitaria, casi como un faro que ha sobrevivido al tiempo, al deterioro y a las reformas litúrgicas.

    El altiplano antes de la cruz

    Antes de la llegada de los conquistadores, el altiplano cundiboyacense era el epicentro del pueblo muisca, una de las principales civilizaciones prehispánicas de Colombia. Su relación con el territorio era ceremonial, cíclica. La montaña era madre, los lagos eran puertas al inframundo, el sol y la luna eran dioses que regían el calendario.

    ¿Cómo se vivió el trauma del despojo simbólico? ¿Qué sucedió cuando las montañas sagradas se vieron rodeadas por campanarios? ¿Dónde quedaron las palabras en muyskkubun, el idioma ancestral, cuando el catecismo empezó a enseñarse con látigo y cruz?

    Hoy: el eco del viento trae memoria

    Caminar por Sutatausa hoy es también caminar por esa tensión. La plaza está pavimentada, hay vehículos, cafeterías, turistas que se toman fotos frente a la iglesia. Pero el viento no ha cambiado. Sigue trayendo el frío desde las cimas, sigue golpeando los muros como lo hizo hace quinientos años. Es un viento cargado de memoria. Un viento que no olvida.

    Desde los farallones se tiene una vista panorámica del pueblo. Al fondo, la iglesia. En el costado, las capillas posas —únicas en su tipo— como vestigios del sistema doctrinero. Me detengo a mirar. Respiro. Me pregunto: ¿podemos realmente entender el presente sin reconciliarnos con estos paisajes del pasado? ¿Qué huella ha dejado en nuestra identidad este modelo de evangelización forzada?

    El comienzo de un viaje

    Este primer capítulo no solo busca entender la geografía y el contexto. Es una invitación a mirar con otros ojos lo que creemos conocer. A escuchar lo que el paisaje susurra cuando nadie habla. A caminar con respeto, sin prisa, con preguntas abiertas.

    Hoy comienzo un viaje que es físico, pero también simbólico. Quiero reconstruir, entre ruinas y frescos, una historia olvidada. Y que en cada piedra, en cada mural, en cada ráfaga de viento, se revele la memoria profunda de un país.