A veces, caminar por Sutatausa se parece más a imaginar que a observar. Los farallones vigilan desde lo alto. El viento frío cruza la plaza. Los muros de la iglesia, gastados pero firmes, hablan en voz baja. No es difícil cerrar los ojos y pensar en cómo fue todo al principio: los días en que dos mundos chocaban y, sin embargo, algo nuevo comenzaba a nacer.
Este viaje no es solo físico. Es un viaje hacia un tiempo donde la piedra no era solo materia, sino símbolo; donde la pintura no era solo belleza, sino mensaje; y donde los templos eran también campos de encuentro —y de tensión— entre cosmovisiones distintas.
Sutatausa, como otros conjuntos doctrineros del altiplano, fue construido para enseñar una nueva fe. Pero lo que quedó es mucho más que eso: una fusión cultural profundamente humana.
Cuando dos lenguajes se cruzan
Uno de los rasgos más evidentes del mestizaje cultural está en la iconografía de los murales. Las imágenes que adornan los muros de la iglesia no son simples copias de estampas europeas. Tienen detalles que delatan otra mirada, otras manos, otro sentir.
- Algunos personajes tienen rostros mestizos o indígenas.
- Hay árboles y flores locales en los fondos.
- Las proporciones, aunque europeas en intención, revelan una ejecución libre.
- Se insertan elementos simbólicos que no pertenecen al canon europeo, pero que sí dialogan con tradiciones visuales indígenas.
Estos detalles no son errores. Son adaptaciones. Gestos de apropiación cultural. Una manera sutil de decir: “este mensaje también es nuestro, también lo entendemos desde lo que somos”.
Arquitectura que habla dos lenguas
La iglesia de San Juan Bautista, aunque trazada con un esquema europeo, también es testimonio de adaptación:
- Fue levantada con materiales locales: piedra, cal, madera nativa.
- Su forma refleja el modelo europeo, pero su ejecución está cargada de soluciones andinas: técnicas de construcción con tapia pisada, empates de madera sin clavos, estructuras antisísmicas basadas en experiencia prehispánica.
- Las capillas posas, ubicadas en las esquinas de la plaza, son un híbrido entre espacio ceremonial cristiano y noción de los cuatro puntos cardinales, presentes en la cosmovisión muisca.
“Los indígenas no fueron solo mano de obra. Fueron constructores, pintores, intérpretes del símbolo.”
Un silencio lleno de sentido
Hay algo conmovedor en recorrer hoy un templo doctrinero. No hay sonido. No hay misa. Solo aire, piedra, eco. Y sin embargo, algo se mueve.
Porque el legado no está solo en los muros, sino en la mezcla que permanece. En esa forma particular que tiene Sutatausa de contener el conflicto sin estallar, de abrazar lo que fue sin juzgar. De mostrarnos que lo que somos hoy no proviene de un solo lado, sino del cruce, del encuentro, de la tensión.
Este viaje… también es interior
Es fácil caminar por la iglesia, tomar fotos, admirar la pintura. Pero lo esencial de este recorrido es lo invisible: la reconstrucción mental de una época. Imaginar el momento exacto en que un pintor indígena levantó su pincel para trazar el rostro de Cristo. O aquel en que un cacique firmó su nombre en un muro que serviría como escuela espiritual para su comunidad.
Imaginar lo que no quedó. Lo que se borró. Lo que se escondió. Lo que tal vez nunca sabremos.
Este viaje, más que una visita turística, es un acto de escucha profunda. Escuchar el viento que atraviesa la plaza. Escuchar las preguntas que plantea el arte sin necesidad de respuestas definitivas. Escuchar cómo la mezcla cultural no fue solo un proceso histórico, sino una creación viva que aún nos habita.
Preguntas que abren el muro
- ¿Qué puede enseñarnos hoy este diálogo silencioso entre culturas?
- ¿De qué forma leemos los símbolos del pasado desde nuestros ojos contemporáneos?
- ¿Es posible reconciliar la historia sin negarla?
- ¿Qué parte de nosotros sigue siendo mezcla, sigue siendo muro, sigue siendo pigmento?
Entre el pasado y lo que permanece
Sutatausa no es un lugar de respuestas cerradas. Es un espacio de interrogación abierta. De contemplación. De memoria.
Cada fragmento de mural, cada piedra de su atrio, cada nombre indígena escrito en cal… todo invita a volver atrás para mirar hacia adelante.
Porque lo que aquí sucedió no solo explica lo que fuimos. También susurra lo que todavía podemos ser.






